La cultura de cualquier tipo vive no en individuos, sino en grupos. Los valores se comparten con los nuevos miembros de la empresa y se operacionalizan en grupos a través de normas y comportamientos. Esto distingue a los sistemas formales de la cultura, en el sentido de que lo que está «escrito» pasa por la traducción humana dentro del grupo para convertirse en normas, buenas y malas, que posteriormente son compartidas y aprendidas por los nuevos miembros del grupo. Ésta es una de las varias razones por las que se percibe que la cultura es difícil de cambiar. No estamos cambiando los sistemas formales, por ejemplo, los valores, sino más bien las normas y comportamientos subyacentes que en muchos casos no están escritos y, a veces, no se expresan.

Psicológicamente, nuestras creencias, mentalidades y comportamientos se ven afectados por múltiples factores, incluida nuestra cultura nacional, educación y experiencias de vida. En un ambiente de trabajo, nos afecta el grupo con el que nos identificamos, incluido compañeros de trabajo, nuestro rol y posición, seguridad laboral, autoridad formal e informal, y nuestros propios hábitos y conciencia sobre el trabajo en cuestión. Por lo tanto, cuando buscamos no solo comprender cuán madura es nuestra cultura de inocuidad alimentaria, sino también cómo sostenerla y fortalecerla, debemos comprender cómo los valores generales y la misión de la empresa afectan el pensamiento de las personas dentro de sus respectivos grupos.

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